
SAHARA OCCIDENTAL Y MAMÁ AFRICA
Hoy, en el Día de África, es imposible mirar al continente sin detener la vista en su herida más profunda: el Sáhara Occidental. Último territorio africano pendiente de descolonización, según la ONU, lleva casi medio siglo sometido a una ocupación marroquí que comenzó con el abandono cobarde de España en 1975 y que se perpetúa, hoy, como un crimen internacional tolerado por las potencias que se llenan la boca con palabras como legalidad, paz o derechos humanos.
Marruecos no actúa solo. Detrás de su aparato represivo —con desapariciones forzadas, torturas, represión sistemática y expolio de los recursos naturales del pueblo saharaui— operan intereses internacionales bien definidos. Estados Unidos, que reconoció la anexión marroquí a cambio de una normalización con Israel; Francia, eterna gendarme neocolonial del Magreb, cuya hipocresía diplomática es ya una costumbre; y la Unión Europea, que firma acuerdos pesqueros ilegales en aguas saharauis mientras paga a Marruecos para que contenga a los migrantes como si fueran mercancía indeseable. Pero hay una complicidad aún más próxima y por tanto más vergonzosa: la del PSOE, partido que lleva décadas desempeñando el papel de brazo político del colonialismo marroquí en España, y cuya traición al pueblo saharaui ha alcanzado su máxima expresión bajo el mandato de Pedro Sánchez.
Desde Felipe González, que en 1984 selló en Madrid la connivencia con el rey Hassan II, pasando por un José Luis Rodríguez Zapatero que vistió su alineamiento con Rabat de retórica progresista, hasta Pedro Sánchez, quien en 2022 dinamitó décadas de supuesta neutralidad española al apoyar públicamente el plan de autonomía marroquí, enterrando el derecho del pueblo saharaui a decidir su futuro. José Bono, pieza clave de este engranaje, ha ejercido durante años como emisario del Majzén entre los pasillos del socialismo español, dedicado a convencer, presionar y silenciar cualquier voz crítica con la monarquía alauita. No hay principios, solo cálculos. No hay legalidad, solo intereses.
¿Por qué lo hacen? Por los mismos motivos por los que Europa sigue saqueando África: recursos, poder, estrategia. El fosfato saharaui, los caladeros de pesca, el potencial solar del desierto y su posición geoestratégica pesan más que la justicia, más que el derecho internacional, más que la vida de un pueblo al que se le negó un país y se le impone el olvido. Y mientras los gobiernos negocian y los diplomáticos sonríen, el pueblo saharaui resiste. Resiste en los territorios ocupados, donde ondear una bandera equivale a una sentencia. Resiste en los campamentos de Tinduf, donde generaciones enteras sobreviven gracias a una ayuda internacional que se reduce cada año. Resiste en la diáspora, donde jóvenes exiliados denuncian que la izquierda española que debería ser aliada ha preferido el silencio, la tibieza o la traición.
Y resiste también en el frente de batalla, donde el Ejército Popular de Liberación Saharaui mantiene en alto, con dignidad y coraje, las armas de la legítima defensa. Desde las dunas del desierto hasta los muros de la ocupación, sus combatientes han demostrado que no hay fuerza que doblegue a un pueblo decidido a ser libre. Muchos han dado su vida por ese ideal, y cada uno de ellos es memoria viva y ejemplo de entrega. Su lucha no es la de la guerra por gusto, sino la de quienes se vieron obligados a empuñar el fusil cuando el mundo les negó la palabra.
Este Día de África no debería ser una celebración, sino una advertencia. África no será libre mientras el Sáhara siga encadenado. Y el silencio de quienes deberían levantar la voz es una forma de complicidad. A Marruecos, por su ocupación. A Estados Unidos y Francia, por su apoyo. Y al PSOE, por convertirse en el custodio de esa vergüenza. Porque cuando Felipe González, José Bono o Pedro Sánchez hablan de “pragmatismo”, en realidad están hablando de cobardía. Cuando invocan la “estabilidad”, consagran la impunidad. Y cuando callan, lo hacen sabiendo que su silencio mata.
La lucha saharaui no es sólo una causa más: es una cuestión de dignidad. Es la batalla entre el derecho y la fuerza, entre la memoria y el olvido, entre quienes aún creen que la justicia no se negocia y quienes han aprendido a venderla al mejor postor. Por eso hoy no toca celebrar, sino exigir: que España rectifique, que Europa deje de ser cómplice, que la ONU haga cumplir lo que ella misma prometió. Y sobre todo, recordar que mientras África respire, el Sáhara resistirá. Porque como se dicen mis compatriotas en los campamentos: “La paciencia es amarga, pero su fruto es dulce”. El problema es que llevamos cincuenta años esperando, y el mundo sigue mirando hacia otro lado, el PSOE, “jodiendo” y resto de partidos aletargando.
B.Lehdad.