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CUANDO LA LEGALIDAD MOLESTA, SE PISOTEA.

En los últimos años, hemos sido testigos de un espectáculo grotesco: potencias occidentales y pequeños satélites del imperio prestándose a blanquear la ocupación ilegal del Sáhara Occidental. Estados Unidos con Trump a la cabeza, Pedro Sánchez desde la Moncloa, Macron jugando a equilibrios hipócritas, Sunak desde Londres y hasta Micronesia —una nación que probablemente desconozca dónde queda el Sáhara— se han sumado, uno tras otro, al circo diplomático que intenta disfrazar de “solución” el plan de autonomía marroquí.
Pero no nos engañemos: no hay autonomía posible bajo ocupación militar. Lo que Marruecos propone y Occidente aplaude no es una solución, sino una rendición impuesta al pueblo saharaui. Y lo que estos países están reconociendo no es más que el resultado de la fuerza bruta. Se está premiando al ocupante, al que viola el derecho internacional, al que bombardea, reprime, asesina y coloniza.
El Tribunal Internacional de Justicia fue claro en 1975: no existe ningún vínculo de soberanía entre Marruecos y el Sáhara Occidental. La ONU ha reiterado, resolución tras resolución, que el pueblo saharaui tiene derecho a la autodeterminación. El territorio sigue siendo considerado por Naciones Unidas como “territorio no autónomo pendiente de descolonización”. Nada ha cambiado en el plano legal. Lo que ha cambiado es la desvergüenza de quienes dicen defender el orden internacional y lo pisotean cuando les conviene.
Trump abrió la veda en 2020, vendiendo el Sáhara a cambio de que Marruecos normalizara relaciones con Israel. Un canje entre ocupantes. Pedro Sánchez se sumó en 2022 con una carta vergonzosa, escrita en secreto y al dictado de Rabat, traicionando décadas de neutralidad española y deshonrando su responsabilidad histórica como potencia administradora. Macron, disfrazado de moderado, ha coqueteado con el plan marroquí por intereses económicos, energéticos y estratégicos, dejando a un lado su retórica de legalidad. Sunak no tardó en alinearse. Y Micronesia, un país del Pacífico occidental totalmente dependiente de Estados Unidos, aportó su grano de arena al montaje diplomático, sin comprender —ni necesitar comprender— qué hay realmente en juego.
Estos reconocimientos son ilegítimos. Van contra el derecho internacional, contra la Carta de las Naciones Unidas, contra el dictamen del Tribunal de La Haya y contra la propia conciencia de millones que saben que la justicia no se negocia ni se aplaza. Esta ola de reconocimientos es parte de un guion más amplio: cercar y aislar a Argelia, el último bastión regional que no se ha postrado ante Washington, Bruselas y Tel Aviv. Lo hicieron antes con Libia, con Irak, con Siria. Y ahora es el turno de Argelia, que comete el pecado de tener una política exterior soberana y de apoyar, sin fisuras, al pueblo saharaui.
Lo que se está construyendo no es una paz, sino un muro de cinismo. Mientras se levantan sanciones contra Rusia por ocupar territorios ucranianos, se estrechan las manos de Marruecos por ocupar el Sáhara. Mientras se habla de autodeterminación en Europa del Este, se niega ese derecho en el norte de África. ¿Dónde está el principio? ¿Dónde la coherencia? ¿Dónde el respeto al derecho internacional?
La respuesta es simple y brutal: no hay principios cuando hay intereses. El derecho internacional solo vale cuando sirve al poder. Y cuando no, se retuerce, se ignora o se destruye.
Pero el pueblo saharaui resiste. En los campamentos, en la diáspora, en la zona liberada, bajo ocupación. Resiste con dignidad, con la ley de su parte, y con la memoria intacta. Porque saben —y saben bien— que la legalidad puede ser traicionada, pero no abolida. Y que la traición de los poderosos no borra la justicia de los oprimidos.
El pueblo saharaui sigue con su lucha de liberación,  su ejercito crece cada dia, las instituciones de la República Árabe Saharaui Democrática avanzan construyendo futuro. Y la historia no absuelve a quienes pactan con la violencia, por mucho que sonrían ante las cámaras. Hoy, el Sáhara Occidental sigue siendo la última colonia de África. Y quienes la entregan, no son mediadores: son cómplices.
                     B.Lehdad.

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