Como todo no va a ser sobre política, permítanme compartir con ustedes una sensación que va más allá de lo terrenal (musicalmente hablando). Vengo a hablaros sobre dos maestros del arte, de la palabra, del saber hacer sentir bien. Vengo a hacerle un pequeño homenaje a dos grandes maestros de la música, y sin embargo de la vida. Dos gigantes, que cantan tan igual, pero también tan diferente. No sé qué parte del cerebro me chispea, ni qué lugar del corazón me alegra, con solo oír o escuchar esas letras con esa voz tan arrugada de Joaquín Sabina, y que, al terminar, el reproductor (de forma aleatoria) le pasa el testigo a Sadum ould Eida, con esa voz celestial y sublime. No me pidan dar explicación del porqué mi cabeza ordena en segundos cada letra del alfabeto romano y arábigo, cuando estos dos genios rompen las palabras con su música y su arte. Tampoco sé cómo puedo unir lo macarra con lo beato; lo beodo con lo lúcido; el arte de uno con la genialidad del otro, y viceversa; tampoco sé muy bien porqué continúan la misma canción solo cambiando lugares, acordes y voz. Ni tampoco sé cómo tolero y acepto esa forma tan canalla y bohemia de Sabina, con la intachable compostura y elegancia de Sadum. Ni enrollar el turbante bajo el bombín. Ni cómo afearle a uno sus “petas”, y aceptar compartir con el otro un vaso de té. En resumidas cuentas, en esa brutal contradicción está mi gusto y mi admiración absoluta por estos dos referentes. Sadum y Sabina, Sabina y Sadum, con sus musas y sus letras, han dibujado la vida de forma real y certera. Dos estilos diferentes, pero que comparten el mismo lenguaje en ámbitos como la cultura, la ironía, la religión, en definitiva, han roto fronteras y han unido realidades que no se parecen en nada. Dos maestros que ponen la carne de gallina en el alma. Dos poetas que manejan códigos y partituras que te llevan a otra dimensión. ¡Larga vida a los dos genios!
Salamu Hamudi Bachri